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viernes, 15 de noviembre de 2013

Poema del Gran Hundimiento

Apliquemos la fórmula
observemos cómo el proceso de caída puede durar un puñado de años.
Uno o dos quinquenios de insolación diaria, de viento bronco del sureste sostenido entre las esquinas de las naves del polígono
en los que el dueño pasa por diferentes etapas
de euforia y depresión
reflejadas en el gráfico verde del Gran Hundimiento.
En todo ese tiempo, las alegrías son estrellas fugaces en la noche cerrada
índices macroeconómicos elaborados por gobiernos que deliberan invariablemente lejos
lejísimos de esta fábrica
de cualquier fábrica
que no conciben que esta fábrica existe ni que sucede la posibilidad de que algún propietario
viva de sus réditos.
Las amarguras, minuciosamente rumiadas, definidas y encadenadas en horas de insomnio.
Durante esos quinquenios, la oficina permanece como
bastión
la empleada la mantiene como
Verdad
una Verdad a prueba de tsunamis, con sus tiernos calendarios de mascotas pinchados en la pared, con su máquina de agua mineral y su ordenador polvoriento y sus carpetas de mediciones y sus lustrosas muestras de granito:
la puerta de aluminio de la oficina es abierta a las ocho en punto y cerrada a las seis en punto, y esas son las horas en las que
la civilización existe
resiste.
Dentro de esa horquilla la fábrica es provista por nosotros de catálogos, tarifas, avisos de promociones, palabrería comercial de diverso rango. Y recibe la mercancía.
Siempre a crédito.
Me tranquiliza comprobar que la máquina automática de perfilar se encuentra en marcha. Lo advierto por ese ruido como en oleadas abrasivas.