Ha entrado usted en la bitácora alzada de Claudio Colina Pontes

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Lorenzo y compañía

Como todas las mañanas, nada más despertarse le echó una buena bronca a Lorenzo. Era solo para desentumecer los músculos, y Lorenzo nunca se lo tomaba a mal: con la lengua fuera y los ojos legañosos, levantaba las grandes orejas, movía el rabo y daba un par de saltitos para esquivar el bastón del amo, que silbaba en el aire sin querer realmente golpear. Se suponía que el guardián vigilaba el muelle en horas nocturnas, pero hacía tiempo que se había tomado la libertad de dormir a pierna suelta desde que, a media noche, el panorama quedaba desierto. ¿Para qué vamos a vigilar, Lorenzo, si aquí no vienen los ladrones ni que los inviten, carajo?, y Lorenzo decía que sí con la mirada, siempre decía que sí y ladraba una sola vez. Luego se rascaba el lomo y lo miraba, ansioso por empezar la ronda entre falúas, redes, nasas, gaviotas remolonas y cajas de pescado fresco. Él —abrigo rancio, gorro sucio con ancla bordada en dorado— era tan viejo que no se reconocía en aquella foto que le había regalado su sobrino: con unos nueve años, estaba en camiseta y cholas de plástico, y llenaba un cubito minúsculo con arena de la playa. Pero le gustaba demostrar que no era un carcamal: los chiquillos del pueblo sabían que aún podía correr tras ellos y darles un buen palo si intentaban subir a los barcos, colgarse de las maromas, robar pescado, burlarse de él.

¡Como se les ocurra pisar esas redes, les doy tal fuerte leñazo...!, y salían corriendo entre risotadas de susto y los ladridos de Lorenzo.

Eso sí, no sé qué playa es, le confesó el sobrino, pero él se encogió de hombros, no le importaba, porque estaba acostumbrado a que no le dijeran las cosas. El vigilante diurno debía sustituirlo a las siete de la mañana, pero llevaba varios meses sin aparecer, y aunque había preguntado, nadie le decía nada, solo mañana, mañana viene, siempre mañana. Tras la ronda, entró en la cantina del puerto y pidió el periódico junto con el primer ron de la mañana. Mecánicamente fue a la última página para comprobar los números de la Bonoloto, y tras el enorme susto, le costó mucho rato hacerse a la idea de que sí, le había tocado, los seis números, vuelve a mirar, sí, es verdad, completito, somos ricos, Lorenzo, te voy a comprar un collar nuevo, y para el sobrino... ¡una bicicleta!, y yo una maquinilla de afeitar de esas eléctricas, que en los anuncios parecen tan buenas.