Ha entrado usted en la bitácora alzada de Claudio Colina Pontes

domingo, 20 de octubre de 2013

El millonario

Al levantarse, Lorenzo salió de la caseta de vigilancia, bebió de los charcos de lluvia y se puso a corretear ladrando por el muelle. Apenas eran las siete y media, y las nubes empezaban a despertar con tonos naranja sobre el océano. Corrió hacia un grupo de gaviotas que, posadas sobre una barca varada, esperaban la llegada del atunero que entraba por la bocana del puerto. “¡Lorenzo, Lorenzo...!”, saludaban los pescadores, con el pelo impregnado de viento y sal, el gesto cansado y la cara ojerosa por toda una noche de faena. Lorenzo, que ya olía el pescado fresco, ladraba y saltaba con los ojos muy abiertos, y tanto alboroto despertó por fin a Chago, su amo, que salió refunfuñando y despacito de la caseta de vigilancia con la mano en la frente y un ademán de resaca. Se arregló la solapa del mohoso abrigo, se alisó el encrespado pelo blanco y caminó sin prisa hacia allá, donde empezaba la fiesta del desembarco del pescado.
Chago no sabía cómo decirles que ese era el primer día de su nueva vida, que todo había cambiado para él, que iba a jubilarse por fin porque había ganado trescientos millones en la Bonoloto. Acariciaba el pequeño boleto en el bolsillo y sonreía, viendo cómo desembarcaban el bonito, cómo Lorenzo correteaba alrededor de las cajas, hasta que un pescador, casi tan viejo como él, le preguntó qué le pasaba, que estaba ahí parado como un bobo.
—Que soy millonario.
Todos pararon en seco. Chago sacó el billete y lo agitó en el aire, empezando a reír, y Lorenzo, tan juguetón, saltó, lo atrapó con los dientes y lo desmenuzó de cuatro rápidas dentelladas. Se quedó mirando al amo con las orejas atentas y ladró una sola vez.
En eso llegó un coche y bajó de él un encorbatado muy apurado que hacía muchas preguntas. Era del Banco Central y quería hablar con el agraciado para ofrecerle condiciones ventajosas en los Fondos del Tesoro.
—Hable con el perro. Se llama Lorenzo— le dijeron los pescadores.